Curiosidades de ciencia Mini relato de la semana

Globigerina, la foca austral

8 noviembre, 2020
Foca austral

Seiscientas millas hacia el sur del Cabo de Hornos, en las blancuras de las Shetland, destaca una pequeña isla negra con forma de herradura. Su nombre es decepcionante. Por el estrecho canal de entrada, silba el viento con fuerza para arremolinarse en las orillas de la caldera. El silencio volcánico es allí un océano. La tierra de esta región circumpolar no tiene dueño, pero sí una soberana: la foca Globigerina, que tiene su trono dorado en la Caleta de los Balleneros.

Globigerina es un caso perdido. Duerme en la playa hasta bien entrada la mañana y el único esfuerzo que realiza es remover la arena con el culo para atinar con las fumarolas. Le gusta tomar las aguas antes del almuerzo. Globigerina es la mascota de la base científica española y la niña favorita de Juan Mari, el cocinero de la expedición, que cuenta en su haber con tres estrellas Michelín. El menú favorito de la Globi son las croquetas de calamares y el estofado de ternera con guarnición, las especialidades del vasco. Desde que está domesticada, la foca no se aventura a la mar y ha perdido todas sus habilidades para la pesca.

Este verano austral, el Hespérides hace su entrada bajo las órdenes de la Hormiga Atómica, una mujer de claras convicciones y recia disciplina. Entre sus primeros preceptos está la prohibición de alimentar a los animales salvajes, bajo pena de regreso inmediato a Ushuaia en el barco de los rusos.  Esto último acojona mucho, porque los soviéticos navegan sobre las viejas tartanas de la Guerra Fría y –según cuentan- nadie puede soportar el olor a pies de los camarotes.

Globigerina merodea por la base reclamando su comida. Los barritos de la foca se escuchan durante toda la noche, así como los coletazos que arremete contra las puertas de latón. La Hormiga Atómica ordena cercar la base con un cordón sanitario de 200 m. Al tercer día de hambre, la Globi se come los cables de los sismógrafos, pisotea la estación meteorológica y arrambla con la instrumentación científica. La comandante se encarga personalmente de arrastrar a la foca con la zodiac hacia un islote cercano. Exiliada. Al atardecer, Globigerina está de vuelta. Se venga clavando los dientes en las barcas hinchables que duermen sobre la orilla.

Una mañana, mientras hace su cotidiana tabla de gimnasia, la jefa observa cómo la foca se sumerge en el agua y regresa con un bacalao. La Hormiga Atómica se relame del éxito. De lo que no se percata la atleta es de la desaparición del buque oceanográfico. A esas horas, el Hespérides navega dando tumbos por el mar de Weddel, a punto de quedar atrapado entre las fauces del hielo. La foca mordió los amarres durante la noche y arrastró el barco a mar abierto.

Temerosa de la llegada del invierno, la Hormiga Atómica lanza por la radio un grito de socorro. «Mayday, Mayday» resuena en todas las bases científicas. Afortunadamente, la expedición española está a salvo: el capitán Tufoski, el más laureado de la Marina rusa, viene al rescate en su calesa flotante.

Concentrados en la popa, los españoles improvisan una fiesta de agradecimiento. En realidad, se hacen los locos para no bajar a los camarotes. Desde la orilla, y rodeada de pingüinos, les despide Globigerina meneando la cola. La muy puñetera tiene una sonrisa que no le cabe en el cuerpo.

Foto: Globigerina en la Isla Decepción. Autora© Ana. C

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9 Comments

  • Reply Pedro Javier Conesa Dávila. 11 noviembre, 2020 at 7:11 pm

    Malditas ordenanzas, ya sean civiles o militares. Se atribuye a Einstein la frase «The measure of intelligence is the ability to change». Quizá sería conveniente que alguien le regalara una camiseta con esta frase impresa y así no habrá que rescatar el Hespérides más veces…
    Por cierto, habría que estudiar más a fondo si alguien le regaló una camiseta a Globigerina. Parece que ella sí se aplica la frase. ?

    • Reply Pedro Javier Conesa Dávila. 11 noviembre, 2020 at 7:13 pm

      A la Hormiga Atómica, se entiende. Que las prisas no son buenas…

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 11 noviembre, 2020 at 8:23 pm

      Yo le hubiera dado a la Globi las croquetas desde el primer día, y natillas de postre. Me encanta esa frase de Einstein, tendríamos que grabarla a fuego en los despachos. Hay otra muy interesante de Nietzche: «la inteligencia se mide por las dosis de humor que somos capaces de aplicar». Un abrazo.

  • Reply Antonio R. Parrilla Muñoz 12 noviembre, 2020 at 11:01 am

    Es un gusto leerte, querida Ross :
    Ciertamente a la Hormiga Atómica le habían marcado a sangre y fuego la férrea disciplina moscovita. Ahora había aprendido tambien que, a las bravas se consigue bien poco y sí que se retrocede un muy mucho. La naturaleza se sirve de sus hijas , el caso de la inteligente Globigerina, para de cuando en cuando enseñar sabias lecciones a los humanos y como en la vida natural lo que se juega es eso ; «la vida» pues no hay tío (en este caso tía) páseme usted el hielo (rio) por lo que yo junto con la lista Globi creo muy justo su «borde» y contundente proceder. Moraleja.- No se puede cambiar el menú a las focas en apariencia dormilonas.
    Un abrazo, amiga bloguera.

  • Reply Rosa María Mateos Ruiz 12 noviembre, 2020 at 6:50 pm

    Siempre soy de la opinión que cuando una cosa funciona bien hay que dejarla tal cual. La de disgustos que se hubiera ahorrado la expedición española por unas cuantas croquetas del Juan Mari… Gracias siempre, Antonio.

  • Reply Coco Vida 13 noviembre, 2020 at 1:43 pm

    Y suerte tuvierom de que Tufoski viniera en calesa, mira que si viene en un submarino de esos que se les hundían en el Mar de Norte y no venían a rescatar a los marineros por no gastarse los rublos en el billete de la Alsina, así estaban las cosas allá por la madre Rusia.
    Delicioso el cuento de la foquita, foca, que le gustaba comer con la boca.
    Venga otro¡¡¡que estoy aburrida de tanto confinamiento y tan poco cuento!!!

    • Reply Rosa 14 noviembre, 2020 at 4:45 pm

      Ji, ji, ji. El capitán Tufoski era un visionario y la Globi una sibarita. Yo también defendería la gastronomía de las tres estrellas Michelín hasta las últimas consecuencias. La moraleja del cuento es que hay que dejarse chantajear por las focas antárticas. Gracias, madrina.

  • Reply HOMO SAPIENS "CANIJUDIENSIS" 15 noviembre, 2020 at 7:03 pm

    Estimada bloguera, muy divertidas las andanzas de la foca Globigerina.
    La estricta Hormiga Atómica cometió un error imperdonable al considerar a la mantenida foca antártica un animal salvaje. Pobre criatura, si lo más cerca que estaba del salvajismo es la avaricia con que se lanzaba a devorar los suculentos platos cocinados por el laureado cocinero de la base.
    Más le hubiera valido a la recia pero ingenua jefa novata aplicarse el cuento de aquel dicho: Donde fueres haz lo que vieres. ¡Otra foca le cantaría!
    Esperem amb impaciència continguda l’objectiu del seu pròxim dard literari.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 16 noviembre, 2020 at 7:45 pm

      Cualquiera mata por los platos del Juan Mari, así que la actitud de la Globi está más que justificada. Me dicen mis amigos expedicionarios que los barcos de los rusos son tal cual, que no he exagerado nada. Es más, parece que la realidad, una vez más, supera a la ficción. Una abraçada.

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