Cajón "desastre"

Caponata en Central Park

18 febrero, 2017

Tribulaciones de una madre de acogida

 

Mi americano llegó con los últimos coletazos del pasado verano, en una semana que los termómetros batieron récords y salir a la calle era toda una osadía para un blanco prístino caucásico. Durante casi seis meses hemos sido su familia de acogida, en el marco de un programa internacional de intercambio de estudiantes que tiene como objetivos principales: «abrir la mente, vivir una nueva cultura y hacer amigos«. Con una edad cercana a la mayoría de edad, el muchacho procede de la ciudad más distinguida de los Estados Unidos, donde existe una especie de aristocracia sin títulos nobiliarios y muchos dólares circulando por los bolsillos. Su medio es puramente urbano, tanto es así que caminar con las dos piernas no entra en sus esquemas mentales y, lo más cerca que ha estado de la naturaleza, es el bosque de coníferas que tiene como fondo de pantalla en su portátil, otro apéndice inseparable de su cuerpo junto con el móvil.

El chiquillo se pasó las tres primeras semanas huyendo del sol abrasador y durmiendo como una marmota. Al principio pensamos que podía ser el jetlag, pero luego nos dimos cuenta que se trata de su estado normal vegetativo. Tiene el hábito de descansar antes de llegar a cansarse, por si las moscas. Un día de estos, entra en coma. Se educó en un colegio con piscina cubierta y más césped que el Bernabéu, en uno de esos centros que liberan, de una manera personalizada, «el potencial de los niños que cambiarán el mundo». Según parece, comienzan la jornada escolar mirándose al espejo y recitando la siguiente consigna: «soy el mejor, soy el mejor….». He de confesar, como geóloga, que por fin he descubierto qué se encuentra en el centro de la Tierra: él, mi niño emperador. Los indicios de vida que andan buscando sus compatriotas en otros planetas son pequeños fragmentos de su autoestima, que tiene dimensiones siderales.

A su favor debo decir que no tiene un pensamiento lineal (como el mío). Su educación es transversal y con muchas sinergias (como dicen ahora los neo-pedagogos), y sabe interrelacionar conceptos e ideas con facilidad. También está muy preparado para defender públicamente sus opiniones y sabe articular argumentos con enorme destreza. Se escucha muy bien a sí mismo, a los demás ya tiene más dificultades. Todas estas habilidades le han costado varios partes en el instituto por arrogante, indisciplinado y contestón. Se sentía un incomprendido del sistema educativo español.

Decía el poeta Luis Rosales que «el dinero solo es dinero cuando se gasta«. Mi muchacho es un pragmático de esta frase. No ha preguntado en ningún momento por dónde cae la Alhambra, pero «La Mercadona» y el chino del barrio le ponían la alfombra roja en cuanto le veían aparecer. Por cierto, ¡ha conseguido que el chino sonría y le salude por su nombre! Aparte de una reposición completa de su fondo de armario y de compras de lo más variopintas, se movía en taxi por la ciudad, porque «el autobús oler mal y la gente hablar mucho«. Al principio me molestaron sus desprecios pero después le animé constantemente a que se dejara la pasta: hay que contribuir a la mermada economía de la ciudad. En esto consiste mi patriotismo; el suyo….. es mucho más majestuoso. Tanto es así que para que se levantara los fines de semana, le ponía (a todo volumen) el himno americano cantado por Beyoncé; era la única estrategia posible para que su cuerpo adoptara una postura vertical antes de la hora del almuerzo.

Dentro de su convencimiento de encontrarse en el tercer mundo rehusó cualquier contacto físico y daba la mano fofa incluso a las mujeres. En la maleta tenía una especie de farmacia ambulante con pastillas de todos los colores que devoraba ante el mínimo contratiempo, y varias veces he tenido que buscarle cita médica por unos granos en el cuello de enorme gravedad (según él) que la médico definió escuetamente como «acné juvenil agravado por la caló«. Durante el medio año de convivencia, no hemos conseguido que levantara la persiana de su leonera y disfrutara del sol, el aire y de las maravillosas vistas del Albaicín; ha vivido enclaustrado en un mundo virtual que se limitaba a su ordenador y a conseguir diariamente una foto original de su persona para subirla a Instagram, eso sí, con poses de aventurero y ciudadano del mundo.

La naturaleza para él está llena de peligros e incomodidades y los animales son seres nocivos que transmiten enfermedades. Un día le propusimos subir a Sierra Nevada y nos preguntó si había montañas y osos. Lo primero es evidente desde cualquier punto de la ciudad; lo segundo, pienso que las imágenes de Putin en Siberia cazando osos a pecho descubierto han hecho mucho daño a los europeos. Un sábado por la tarde le invitaron a pasar la noche en un cortijo granadino y se nos disfrazó de boy scout a la ibicenca. El domingo no pudo más, se levantó desesperado por llevar 12 horas sin conexión wifi y harto de respirar tanto aire puro. Cogió su bolsa con la intención de marcharse, pero el matrimonio anfitrión le remarcó que comerían allí antes de regresar a la ciudad. El espabilado dejó la bolsa por el patio con tan mala suerte que se coló un gato dentro. Cuando regresó a casa pensamos que le había ocurrido algo gravísimo: venía blanco, desencajado, rogándonos que teníamos que lavar toda su ropa y la bolsa porque «un gato estar dentro y dejar los huevos». Ingenuamente pensamos en los testículos del pobre animal hasta que, dada su insistencia, comprendimos que el muchacho estaba convencido que ¡los gatos son ovíparos!

Arropado por sus elevados conocimientos del mundo natural, mi Humboldt gringo quiere ser un alto funcionario del Ministerio de Medio Ambiente. En esto le hemos dado muchísimos ánimos, ¡lo conseguirá! Estamos convencidos que va a encajar de maravilla en esta nueva Era de la Estulticia, que recientemente ha conseguido un líder modélico en su país. Para no quedarse atrás, el vicepresidente de la nación ha confesado públicamente que no cree en la evolución darwinista y opina que el conocimiento (el científico sobre todo) es maligno y representa una amenaza para la sociedad.

Indudablemente soy consciente que no todos los americanos son así, y que tienen muchas, muchísimas lecciones que darnos en infinidad de asuntos. Tanto es así, que «Superman» vino a España para aprender nuestra lengua y regresar a su país con un plus que le abrirá muchas puertas, mientras que mi hijo (alias «El Mallorquín») anda con la misma asociación por la ribera del Báltico pasando más frío que Dicaprio en el Titanic, y con la misión de adquirir un alemán aceptable que le permita emigrar en un futuro. Los españoles somos un pueblo tan, tan generoso que vamos regalando por ahí el tesoro nacional; tenemos a toda una generación de primera desperdigada por el mundo porque nos sobra el talento. Tal vez algún día dejemos a los jóvenes inventar su propia juventud, que decía Mafalda.

Sé que ando un poco cascarrabias últimamente, pero necesitaba desahogarme. Después de este gran aprendizaje le he prometido a mi cuñado (el del coaching) que voy a seguir afrontando la realidad con positivismo, y continuaré creyendo en el género humano. Si algo le agradezco a mi americano es haberme dado la oportunidad de ver en primera fila el prototipo, el piso piloto de algo que los maestros y educadores llevan años alertando.

Nota: La elección de la fotografía de esta entrada (que da origen al título) es arbitraria; me he dejado llevar por el puro instinto.

Para terminar, una preguntilla: ¿La gallina Caponata ponía huevos?

 

©Fotografía: Shannon Stapleton

 

 

 

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